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lunes, 28 de enero de 2013

Jardinería ecológica

ARTE Y JARDINERIA Diseño de jardines

Artículo que nos muestra como utilizar la Jardinería y la Agricultura Ecológica y ser Sostenible con el Planeta



¿Por qué practicar la jardinería ecológica?

Estamos sometidos a una estética social según la cual el jardín debe gestionarse con los mismos parámetros de limpieza y orden que una vivienda o el casco urbano de una población. Debido a ello, la tierra se llena de plaguicidas y productos de limpieza muy agresivos para el medio ambiente. Las plantas son tratadas como objetos inertes que se distribuyen en fríos esquemas geométricos y se manipulan sin tener en cuenta sus necesidades naturales.

La obsesión por un cierto concepto de orden, limpieza y asepsia crea, en realidad, suciedad y desorden. Condicionada por estos prejuicios, en la práctica de la jardinería convencional:

·       Se elimina toda la materia orgánica de desecho (hojas secas, restos de poda, césped,…), que se quema o va a vertederos, cuando debería reintegrarse en el jardín en forma de acolchados o mantillos una vez compostada.


  ·       Se copian o aplican, sin más, modelos estándar de jardín a cualquier clima o situación (césped en zonas secas, plantas tropicales en zonas frías…).
  ·       Se eligen las plantas con criterios funcionales o estéticos y se agrupan o ubican sin tener en cuenta sus necesidades naturales ni su adaptabilidad.
  ·       Se fumiga con plaguicidas cada vez más potentes y abonos químicos que contaminan nuestro entorno.
  ·       Se mantiene la tierra sin cobertura vegetal, recurriendo frecuentemente a tóxicos herbicidas.

Este concepto de jardinería está tan extendido que tendemos a creer que es el único posible. Pero hay otra forma de jardinería más ética y respetuosa con las condiciones que la naturaleza necesita para funcionar sin problemas. Es un tipo de jardinería que:

·       Intenta comprender y ayudar a la dinámica natural, de forma que nuestros intereses se complementen.
     ·       Genera y proporciona la biodiversidad necesaria para alcanzar un equilibrio en el que los problemas propicien las soluciones.
  ·       Fomenta la fertilidad en la tierra, a la que considera como algo vivo, manteniendo los ciclos de la materia orgánica, lo que incrementa la fortaleza y la capacidad de supervivencia  de las plantas.
  ·       Rechaza la utilización de venenos químicos, que acaban en el entorno, el agua potable y los alimentos.
  ·       Proporciona al ser humano el contrapunto necesario al exceso de organización y funcionalidad de la vida moderna: el gusto por la estética natural.

   LA JARDINERÍA A FAVOR DE LA VIDA
  

   La naturaleza ya no es un peligro para nosotros. El peligro viene más bien del hecho de haber olvidado que pertenecemos a ella y de no ser conscientes de que aquello que la amenaza, también nos amenaza a nosotros.

 Durante millones de años, la naturaleza se las ha arreglado para generar fertilidad y las plantas han prosperado sin necesidad de venenos ni abonos químicos. Las plantas se rigen por sus propias leyes, integradas en un complejísimo sistema de supervivencia y evolución constante. ¿Acaso de repente eso ya no funciona? ¿Cómo se pueden tener plantas saludables si se prescinde de las leyes de equilibrio natural que las rigen?

Podemos pensar que lo que un solo hombre pueda hacer a favor de la naturaleza no tiene importancia, que es poca cosa. Pero la naturaleza se está deteriorando a un ritmo acelerado porque miles de millones de personas cotidianamente hacen pequeñas cosas que alteran negativamente los ecosistemas. Este flujo sólo se invertirá cuando miles de millones de personas hagan cotidianamente pequeñas cosas a favor de la vida. No podemos esperar a que esos miles de millones sean otros. Debemos empezar ya desde nuestro anonimato, desde nuestra individualidad y responsabilidad, con la satisfacción de que construye y lega más de lo que recibió. Una obra hermosa a favor de la vida.



¿Por qué practicar la agricultura ecológica?


  Día a día, nos damos cuenta de la importancia de consumir alimentos frescos, sanos y ecológicos. Continuas investigaciones subrayan los beneficios de una alimentación sana y equilibrada, con abundancia de verduras y frutas frescas, y advierten de los serios peligros para la salud, a corto y largo plazo, que supone la presencia en los alimentos de restos de plaguicidas y de una infinidad de substancias tóxicas que se añaden en los procesos de producción, transformación o comercialización.

Escándalos como el de las “vacas locas” o el de los pollos con dioxina son sólo la punta del iceberg de una industria agroalimentaria centrada en la obtención de los máximos beneficios al mínimo coste, basada en el uso y abuso de abonos químicos, herbicidas y plaguicidas que fuerzan a la naturaleza a producir más allá de unos límites que permitirían mantener un mínimo equilibrio biológico y ecológico del entorno. A la negra marea de residuos tóxicos, cancerígenos o alteradores hormonales, con desastrosos efectos sobre la salud de los consumidores (y agricultores), se les añade una larga lista de plantas modificadas genéticamente con las que se promete aumentar la producción mundial de alimentos (aunque las experiencias de cultivos a gran escala demuestran que no es así), pero de las que se ignoran por completo las posibles repercusiones en cuanto a desequilibrios ecológicos y, más aun, las consecuencias negativas en la salud de los consumidores. Todo ello nos lleva a plantearnos la necesidad de consumir alimentos con garantía de producción ecológica, si nos importa nuestra salud, la de nuestros hijos y la del planeta en general.

Podría decirse que consumir productos biológicos e ecológicos resulta caro y no está al alcance de todos los bolsillos, pero hay que tener presente que la agricultura convencional (química) puede vender alimentos a precios muy competitivos y de forzar los ciclos productivos, no asume los costes que supone el deterioro medioambiental y los perjuicios que causa, a corto y largo plazo, en la salud de los consumidores y del resto de seres vivos que comparten el planeta con nosotros. Valga de ejemplo una simple y cotidiana lechuga, tan habitual en la mayor parte de las mesas. Su producción con métodos naturales (sin forzar) suele conllevar que permanezca un mínimo de dos a tres meses en la tierra (absorbiendo nutrientes esenciales y realizando la vital fotosíntesis a partir de la radiación solar), mientras que su homóloga de cultivo químico estará en la tienda a los cincuenta días como máximo, después de un desarrollo forzado con nitratos, agua y fitohormonas de aceleración del crecimiento vegetal. Los desequilibrios ecológicos y biológicos a los que se ven sometidas las pobres lechugas (y el resto de cultivo) se traducen en una gran propensión a padecer toda clase de plagas y enfermedades que son controladas con plaguicidas químicos, parte de las cuales permanecen como residuos en la planta al ser cosechada y consumida.



Fuente: Agenda del Huerto y el Jardín Ecológicos
Mariano Bueno y Jesús Arnau



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