ARTE Y JARDINERÍA Diseño de Jardines
Entendamos mejor a lo que llamamos malas hierbas para entender bien su función en la Naturaleza
Si
todo ‘parásito’ tiene sus lados buenos, las ‘malas hierbas’ tampoco pueden ser
cosa del demonio. Todo lo contrario: ¡Pertenecen a las plantas más útiles que
crecen en el jardín! Incluso ofrecen todas sus buenas propiedades
gratuitamente. Observando con más detalle: No existen malas hierbas. Sólo
existen hierbas silvestres. Y estas hierbas de las inagotables existencias de
la naturaleza crecen solamente donde encuentran condiciones que les son
agradables. ¡Por lo tanto, todo jardinero tiene las malas hierbas que se
merece!
Ahora
a lo mejor van a protestar enfadados, sobre todo aquellos ordenados amigos del
jardín, a los que frecuentemente les duele la espalda de arrancar las malas
hierbas trabajosamente. ¿Qué buenas propiedades pueden tener el diente de león
o el ranúnculo bulboso? ¡Esconden más de lo que permite imaginar su modesta
apariencia! Muchas hierbas silvestres pertenecen a las plantas curativas. Sus
valiosos componentes – a los que pertenecen también sustancias minerales – no
sólo convienen a los médicos, sino también al suelo del jardín. Malas hierbas
mezcladas dan un compost excelente. Quien las arranca y las pone como cobertura
vegetal entre las plantas cultivadas, está mejorando el suelo con estas plantas
silvestres llenas de fuerza.
El indicador verde
Las
malas hierbas realizan una misión importante para el jardinero a través de su
lenguaje por señas. Con su presencia y la compañía en la que aparecen le
muestran la composición de su suelo. Por eso, estas plantas silvestres se
denominan también plantas – testigo. Quien arranca con esfuerzo las raíces
fuertemente ancladas del ranúnculo bulboso, debería interpretar esto como un
aviso: su suelo tiende al encharcamiento y es impermeable. Ranúnculos, acederas
y llantenes son señales de suelos pesados e impermeables. Aconsejan al
jardinero cuidar urgentemente su tierra y mejorar el humus. El cambio, donde se
extiende la verde y suave manta de la hierba de los canarios (Stellaria), el jardinero puede estar contento.
Esta mala hierba le enseña que su suelo está suelto y es rico en humus.
Mostaza
silvestre, hierba mora, ortiga y cuajaledre, revelan un suelo rico en
nutrientes y elevado contenido en nitrógeno.
Es
decir, que las malas hierbas no crecen por casualidad. Algunos de estos
rebeldes salvajes pertenecen a los pioneros que imperturbablemente conquistan
terrenos en los que las condiciones vitales son demasiado duras para
naturalezas más tiernas. Algunas de estas plantas pioneras son, por ejemplo, el
diente de león y los cardos. Y con sus raíces profundas aflojan el suelo
endurecido y suben además nutrientes de capas profundas. Los parásitos
pertenecen a la policía sanitaria del jardín. Las malas hierbas curan malas
condiciones del suelo. Todas estas propiedades equilibrantes ya las conocían
las generaciones de agricultores que dejaban sus campos un año en barbecho. En
este tiempo las hierbas silvestres se apoderaban otra vez del suelo. Lo
regeneraban sor sus numerosas secreciones. Acumulaban nitrógeno y otros
nutrientes. Atravesaban la tierra y dejaban atrás un suelo migajoso y aireado.
En
el jardín tienen lugar restos de esto viejísimo proceso de curación espontánea,
cuando de repente – como esparcida por una mano de fantasma – aparece una u
otra mala hierba. En el suelo descansan miles de millones de reservas de
semillas. Pero es una ‘reserva durmiente’. Sólo germinan aquellas hierbas que
olfatean con instinto infalible su oportunidad. Emergen, cuando suena su hora.
Y desaparecen de un año a otro, cuando cambian las condiciones.
Por
ello, un jardinero biológico atento nunca se va a enfadar al escaldar las malas
hierbas. Va a observar lo que crece libremente en sus bancales, y de ello va a
sacar sus conclusiones.
Porque
él sabe que las hierbas silvestres únicamente se convierten en plagas cuando él
comete graves errores. Alwin Seifert, el pionero del jardín biológico, también
lo sabía: “La antigua sabiduría de los cuentos enseña lo que ocurre con las
malas hierbas: son los verdaderos enanitos del jardín, los auténticos gnomos.
Quien se enfada con ellos, quien se les acerca con veneno a éste le hacen una
mala jugada tras otra. Quien sabe utilizarlos en buen sentido, a éste le serán
siempre unos ayudantes y curanderos dispuestos, pacientes y fieles.”
Y
André Voisin se quita mentalmente el sombrero ante las hierbas silvestres,
curativas y “malas”, cuando dice: “… es una pena que el hombre sea tan
descortés, que denomina unas hierbas tan valiosas como malas hierbas, cuando
estamos empezando a descubrir que poseen unas características altamente
notables”.
Fuente: Jardín y Huerto
Biológicos
Marie – Luise Kreuter
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